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El Forjista

 

Néstor Kirchner

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Diario Página 12, 30 de octubre de 2010

Identidades

Por Luis Bruschtein

Un año atrás, uno se peleaba hasta en el quirófano con el cirujano que lo estaba por operar. En la Capital nadie podía decir que era kirchnerista o que este Gobierno no era tan nefasto. Hasta el encargado del garaje se mimetizaba con los patrones y discutía como si fuera dueño de varias hectáreas en la Pampa Húmeda. Parecía que el que no odiaba o no despreciaba al Gobierno y a sus seguidores y simpatizantes también se merecía la misma miradita despectiva. “Son peores que la dictadura”, decían algunos y parecía lo más normal del mundo. En el gimnasio, kirchnerismo era mala palabra; en el country, pecado mortal, y en la reunión de consorcio mejor ni hablar. Pero ayer y anteayer, la Plaza y el trayecto de la caravana fúnebre que llevaba el ataúd del ex presidente Néstor Kirchner estaba a reventar de clase media. Había de todo, también obreros y villeros y muchísimos jóvenes, pero también mucha clase media, que es la que vive más cerca del centro de la ciudad, y la mayoría de los que estaban habían llegado por sus propios medios.

Esas personas salieron de abajo de las baldosas, cambiaron el escenario. Seguramente no son las mismas que expresaban y expresan tanto odio y superioridad, amparadas en el discurso hegemónico de los grandes medios. Los que estuvieron despidiendo al ex presidente tuvieron que aguantar todo este tiempo ese discurso tan agraviante y descalificador. Se lo aguantaron sin abrir la boca porque seguramente creían que eran ellos solos los que pensaban así. Ellos contra una inmensa mayoría, era una sensación permanentemente confirmada por la voz uniforme y corporativa de casi todos los opinadores políticos, los zocaleros y los informativos de los grandes medios. Entre todos forman una sola voz que supuestamente habla en nombre de todos pero que deja, por lo menos, a medio país afuera. Una sola voz hegemónica que excluye a grandes sectores de la sociedad.

Hubo políticas económicas de exclusión, que enviaron a grandes sectores de la clase trabajadora y de las capas medias a las villas miseria. Y también hay discursos periodísticos excluyentes que mandaron a la clandestinidad a una cultura política que no tuvo expresión en los grandes medios y que, en contraste, nunca fue menos que primera minoría. Es decir, eran porciones gigantescas de la sociedad enviadas a las catacumbas.

Un golpe tan tremendo como la muerte de Kirchner puso eso en evidencia. A mucha de esa gente ya no le importó que la identifique el vecino del consorcio, o que la cacatúa que pasea el perro a la mañana la mire de reojo. Fueron a la Plaza y de golpe se dieron cuenta de que eran muchos los que pensaban como ellos. Los periodistas de los grandes medios saben ahora que no les hablan a esos millones de personas, que las dejan afuera. Ya no se pueden hacer los democráticos inocentes, como tanto les gusta.

No es tan raro que, cuando se les preguntaba, algunas de las personas que lloraban a moco tendido dijeran que no habían votado a Kirchner o que no eran kirchneristas. Una aclaración típica de la vergüenza de medio pelo que se actúa para los medios. Suena ridículo, pero es muy probable que esas personas sí hayan votado al kirchnerismo y tuvieran vergüenza de reconocerlo ante el gran inquisidor antikirchnerista: los canales de televisión. O en todo caso estaban reconociendo que no lo habían votado, presionados por esa fuerza mediática. Nadie llora así o se aguanta a pie firme ocho horas de cola por cualquiera. El impacto de la pérdida de Kirchner despierta al que estaba dormido, no al que estaba despierto y en contra.

Fueron miles y miles en la Plaza de Mayo, cientos de miles que se renovaron constantemente durante el día y medio que la capilla ardiente estuvo en la Casa de Gobierno. Pero más allá de la cantidad, lo más sorprendente fue la composición en cuanto a edades y pertenencias culturales.

Nunca antes fue tan notable la presencia masiva de los jóvenes y adolescentes. Ellos fueron la gran mayoría en ese acto de homenaje al ex presidente fallecido. De alguna manera ese político de mocasines, corbata y traje cruzado gris, que no era un gran orador, los sensibilizó con la política. Es algo que todavía nadie incorporó a la lista de méritos de Kirchner. Y es posible que haya sido uno de los más importantes. Fue increíble: los pibes gritaron todo, lloraron todo, expresaron una admiración desafiante por Kirchner. Reclamaron protagonismo, pidieron cancha. Algunos estaban encuadrados, pero la mayoría no, y expresaban con claridad el impulso de involucrarse y comprometerse, como si estuvieran marcando el punto de inflexión del fenómeno inverso. Los adultos y los siempre criticados setentistas nos corrimos.

Los setentistas son presentados siempre como los eternos políticamente incorrectos (en el mejor de los casos). Ya no son tantos en las marchas pero había una conexión entre ellos, el ex presidente fallecido y los pibes: la pasión. La conexión está en la pasión por una política con sentido social y transformador. Y no sólo como una actividad técnica o profesional como ha sido planteada desde lo políticamente correcto. En todo caso, los jóvenes se ven atraídos por Evita y el Che y ellos son su marca generacional. Los llevan en las remeras, en sus banderas o en sus tatuajes. Estaban allí para rendir homenaje a Kirchner, pero convocados quizá por intereses diferentes. Algunos venían interesados por los derechos humanos, otros encolumnados con la juventud sindical, otros sueltos y algunos con distintos grupos peronistas y de izquierda. Pero las marcas generacionales son más o menos las mismas, incluyendo a la juventud sindical.

También había grandes grupos de los sindicatos, desde UPCN hasta el Smata, la UOM y camioneros. En este caso eran grupos de adultos con el folklore más tradicional del acto peronista, con Perón en el centro del santoral, descamisados, sudorosos y gritones, el verdadero icono demonizado por los medios y el gorilismo y endiosado por el peronismo tradicional. Sobre todo en la Plaza, y no tanto en la fila para entrar, había numerosos grupos de sindicatos.

Y después había banderas de algunos de los grupos de izquierda, como el Partido Socialista y el Partido Comunista, y de los movimientos sociales que surgieron en los ’90, el Evita, la Tupac, la FTV, el MUP, el Frente Transversal y otros.

Pese a la heterogeneidad, no había notas discordantes en ese conglomerado. Y lo heterogéneo no era tan llamativo como la naturalidad de sus coincidencias y la convivencia bastante pacífica y bastante armónica. En otros momentos, esa heterogeneidad hubiera explotado, pero Evita, el Che y los derechos humanos generan una identidad superior que no tapa las identidades más particulares. Incluso Perón resuena en ese colectivo. Hay una base cultural plebeya y peronista en términos muy genéricos, galvanizada por la fuerte marca de las nuevas generaciones. Los rasgos más distintivos provienen de ellas y las referencias históricas tienen un peso simbólico diferente al de épocas anteriores. Sobre esa base se va generando una nueva identidad política que no tapa a las anteriores, pero que es más representativa de una época.

Sería ilógico pensar que todas esas personas que asistieron a los funerales de Kirchner después no se sientan contenidos por esa identidad, el kirchnerismo, a la que ellos también aportaron. Esa identidad empieza a surgir, asentada en culturas políticas previas, pero como un fenómeno actual, escrito muy sobre la marcha, que se visualiza como las antiguas escrituras de limón, cuando algo las lleva a la superficie. En este caso, el catalizador fue la muerte de Néstor Kirchner. Esa heterogeneidad se vio en otros actos del kirchnerismo, pero sin cristalizar. La marginación que le aplicó el sistema mediático la terminó de coagular, aunque todavía le falte para terminar de cohesionarse.

 


Diario Tiempo Argentino, 28 de octubre de 2010

Acá no se rinde nadie

Por Roberto Caballero

Mientras un pueblo llora, los dueños del poder y del dinero afinan sus garras para dar el zarpazo. Murmuran, ríen, se frotan las manos, porque suponen que muerto el perro se acabó la rabia. ¿Muerto Kirchner se acabó el proceso? Ni lo sueñen. Lo que la sociedad consiguió con el kirchnerismo es un piso irrenunciable. Queremos un país mejor. No uno peor. Somos más que ellos.

Me subleva el regodeo del establishment cuando millones nos recogemos en el dolor. ¿Qué van a gritar ahora los que siempre conspiraron contra el gobierno que hizo bajar el cuadro de Videla de Campo de Mayo? ¿“Viva la ‘muerte súbita’”? Se los advierte satisfechos con esta ayudita de la biología, de último momento. ¿Habrán brindado, una vez conocida la noticia, con un Lagarto Merlot de bodega “Cobos”? Que las acciones de las empresas argentinas subieran en la Bolsa de los Estados Unidos es un insulto al duelo general. Esperaban esta muerte. La festejan. ¿Se acuerdan de la columna de Joaquín Morales Solá, publicada el 13 de septiembre en La Nación? Estaba excitado Joaquín, por aquellos días. Muy excitado, porque comenzaba a dibujarse en el horizonte político “la finitud kirchnerista”, luego del último incidente arterial del ex presidente: “¿Qué le pasaba en su alma o en su cuerpo para meterse en batallas perdidas de antemano o para levantar, en arrolladores ataques de ira, a más enemigos de los que ya tiene?” Lo escribió así Morales Solá, matándolo en la víspera, eligiendo un tiempo verbal inadecuado, después de criticarlo por los “ataques” a Clarín, Fibertel y Papel Prensa, que es lo único que le preocupa.
Igual tono de triunfalismo, disimulado en un falso análisis sobre cuestiones de Estado, tuvo el editorial de Rosendo Fraga, publicado ayer en la edición online de La Nación, a las 11:17, cuando el cadáver de Kirchner aún estaba tibio en la Patagonia. El ex secretario privado del dictador Viola –eso es Rosendo Fraga– aconsejó a Cristina: “Tiene la oportunidad de modificar, rectificar, corregir, cambiar una serie de aspectos, estilos, orientaciones y políticas impuestas por su marido.” Y, sin dejarla siquiera llorar a su marido, entre coronas de palabras y paladas de urgentes sepultureros, agregó: “Ella ahora puede adoptar algunas decisiones que se reclaman, como tomar distancia de Hugo Moyano y terminar con su influencia.” Son voraces. No hay duelo ni tiempo para el consuelo en sus reclamos. Hay exigencia, amenaza, ultimátum hacia la representante del gobierno de la democracia.
Dos horas después, también en la edición online del diario de los Mitre y Saguier, el analista Carlos Pagni escribió: “La comparación es inexorable. Hay un líder omnipotente que ha muerto y una viuda al frente del Estado: Perón e Isabel, Kirchner y Cristina.”
¿Se puede adivinar lo que se viene detrás de estas amenazas públicas? ¿Estamos preparados? Es la pregunta que me ronda desde que comencé a escribir este editorial póstumo. Todavía no me recupero del asesinato de Mariano Ferreyra. Y ahora, esto.
Perdonen el juego de palabras, pero me sale decir que nada de lo escrito por Morales Solá, Rosendo Fraga y Pagni está definitivamente escrito. Ningún destino lo está. Mucho menos el nuestro. Los deseos de unos pocos no definen los pasos ni el ritmo de las mayorías.
Néstor Kirchner murió. La noticia es inapelable. Pasarán varios días hasta que salgamos de esta conmoción. Serán jornadas cargadas de violenta melancolía, de la que ni yo mismo voy a sustraerme. Sin embargo, un titulo posible para esta noticia inesperada podría ser “Murió un hombre, pero el proceso está vivo”. Porque lo que como sociedad venimos construyendo de 2001 para acá incluye al kirchnerismo pero, estoy convencido, también lo excede, y mucho de esto tiene que ver con sus virtudes y no con sus falencias, demonizadas hasta el hartazgo por los medios hegemónicos. ¿O acaso la mejor agenda política kirchnerista no es la que surge cuando toma la agenda social y la instala desde la cima del Estado?
Es indudable. Sin Néstor Kirchner habría sido más difícil. Sin Cristina Kirch-ner, casi imposible llegar hasta donde llegamos. Ellos son el puente entre la podredumbre de lo viejo que se desmorona y lo nuevo que estamos construyendo entre todos. Es tiempo de definir si el “modelo” –o como quiera que se llame esta Nueva Argentina que vivimos– es fruto del voluntarismo de dos personas, o si, por el contrario, es un anhelo anclado en los sueños de millones que quieren patria para todos o para nadie.
Mientras un pueblo llora, los dueños del poder y del dinero afilan sus garras para dar el zarpazo. Murmuran, ríen, se frotan las manos, porque suponen que muerto el perro se acabó la rabia. ¿Muerto Kirchner se acabó el proceso? Ni lo sueñen. Lo que la sociedad consiguió con el kirchnerismo es un piso irrenunciable. Queremos un país mejor. No uno peor. Somos más que ellos. El viento de la justicia sopla a nuestro favor. Somos más: los que no queremos que el FMI nos diga cómo manejar nuestra economía, los que vemos en las Madres y Abuelas un ejemplo de coraje y dignidad, los que saludamos que en el país haya paritarias, los que apoyamos el sistema solidario de jubilaciones, los que estamos orgullosos de la Asignación Universal por Hijo, los que pensamos que el trabajo es el mejor organizador social, los que estamos felices con la repatriación de científicos, los que no nos arrodillamos ante la mirada “empresariocéntrica” que deja a la mitad del pueblo fuera de los estándares mínimos de supervivencia, los que creemos que el Estado está a la izquierda del mercado, los que bancamos el matrimonio igualitario, los que impulsamos el reparto de las ganancias, los que peleamos por la democracia informativa y contra los monopolios, los que exigimos juicio y castigo a los genocidas.
Perdonen estas palabras sinceras pero arrebatadas, escritas a las cinco de la tarde, después de escuchar a Moyano diciendo que en el corazón de los trabajadores están “Perón, Evita y Kirchner”, con el Salón Felipe Vallese de la CGT colmado. Yo debería ser más reflexivo, menos apasionado. Pero entonces no sería yo, sería otro. Y no, soy esto, un periodista del montón que un día decidió salirse de la manada del periodismo independiente para fundar un diario como Tiempo Argentino, donde poder decir las cosas que se me antoja decir. Me llevé a marzo  cinismo. Y no saben lo feliz que estoy.
Para mí no es lo mismo que la ESMA ya no sea de los marinos. Ni es igual que un presidente se haya abrazado a los pañuelos. Todavía creo que la política sirve para cambiar algo.
Y creo, por sobre todo, que cuando Magnetto, Techint y la Bolsa festejan, hay que empezar a coserse los bolsillos.
Salvo, claro, que decidamos ponernos de pie. Como cuando gozamos la fiesta del Bicentenario y le dijimos a ese otro país, chiquito y mezquino, que después de tanto relato catastrófico no iban a poder arrebatarnos la alegría.
No se equivoquen. Somos millones los que pensamos así.
Y acá no se rinde nadie.


Diario Página 12, 28 de octubre de 2010

Los muertos que vos matáis

Por Eduardo Aliverti

No quiero escribir desde el resentimiento, aunque siento que, en realidad, el verdadero rencor es el de aquellos a cuyo cinismo apuntará. Algunas cosas hay que sacarlas bien de adentro bajo pena de traicionarse a sí mismo si acaso, por razones de ¿elegancia? periodística, de ser modesto con los conceptos en horas de dolor y de respeto, se las guarda. Supongo, además, que varios de los conceptos a verter serán parecidos y hasta idénticos a muchos de los que acompañan las opiniones de esta edición. Mejor. Uno se sentirá reforzado con la gente, los colegas de este diario, y otros, que piensan igual o muy parecido y habrán escrito en consecuencia. En momentos como éstos, lo que justamente hace falta es juntarse más que nunca con la gente que piensa y dice y pregona como uno. Ayer, a muy poco de conocerse la noticia, me tocó encabezar la transmisión especial de AM 750. Muchos testimonios, mucho oyente, mucho correo, muchas sensaciones. Uno tiene en esto demasiados años de entrenamiento auditivo, de saber reconocer las entrelíneas de las declaraciones, de descubrir qué hay detrás de los tonos de voz y hasta de cada inflexión. Y entonces percibe, registra enseguida, no se le escapan ni las respiraciones. Percató en consecuencia la angustia auténtica de la gente común que llamaba a la radio; la que conforma lo definible desde hace un tiempo como la “minoría intensa” de la sociedad, contra la presunta mayoría invertebrada que está festejando la muerte de Kirchner. Sin embargo, a la par llamó la atención de quien firma la cantidad de llamados del tipo “no soy peronista, no soy kirchnerista, no quiero a este gobierno, pero...”. Ese pero. Ay, ese pero. Cuánto que hay en ese pero de “me parece que me di cuenta ahora, con la muerte, de que no hay nada real mejor que esto, por más que no me guste”.

Sea así o más o menos así, esa gente, esos peros, se sintieron legítimos, audaces, compungidos. Atención con esa tomada de nota de que ahora se corre peligro de retroceder, tanto que lo putearon. No tengo cómo justificar la elevación de los llamados a una radio a la categoría de sondeo representativo... salvo por eso del oído entrenado, de la medición automática de percepciones. Y también como quiera que sea, en cualquier caso es mucha gente con una honestidad intelectual, o sentimental, infinitamente mayores que las disfrazadas por los temporarios acomodaticios de las condolencias. Cobos, traidor, capaz de decir que se nos fue un gran líder. Andate Cobos, por favor. Andate. Pero no del Gobierno del que formás parte a la vez de denostarlo. Andate a tu casa, directamente. Por un instante de tu vida tené mínima conciencia del ridículo. Sólo eso, Cobos. Sólo eso. Vos y todos los demás que ahora descubrieron en Kirchner al tipo que llevaba la política en la sangre, al militante tiempo completo, al apasionado que deja un vacío enorme, al hombre de convicciones. Vos y todos los demás que hasta las 10 de la mañana de ayer definían esos flamantes méritos del muerto como la expresión del crispado que violentó a este país, del autoritario que nos volvió a las catacumbas de los ’70, del enajenado que nos lleva al caos institucional. Y vos, Van der Kooy, que a los veinte minutos de la muerte ya tenías subida tu columna gozosamente mal disimulada. Y vos, Fraga, Rosendo Fraga, asesor de Viola, del general Viola, del asesino Viola, que te permitiste elevar, con el muerto fresco, las condiciones a las que debe sumirse Cristina ahora que puede ejercer el Poder. Vos, Fraga, venís a cerrar el circuito que inauguró José Claudio Escribano, el mandamás de La Nación, cuando apenas asumido Kirchner en 2003 le puso en tapa el pliego de bajezas a que debía rendirse si quería completar el primer año de mandato: reacomodar las relaciones con el FMI, amnistiar a los milicos, romper con Cuba. Con Kirchner inaugurado, primer pliego. Con Kirchner muerto, también enseguida, el segundo: que Cristina se saque de encima a Moyano, a Moreno y a quien haga falta para demostrar que no es igual que el marido. Hasta un tipo de derechas como Federico Pinedo, pero con sensibilidad perceptiva –digamos que un caballero– le dijo al aire al suscripto “y, sí, es un poco apresurado el análisis”.

Pero no, no es apresurado. Son sus instintos más bajos, más pornográficos, de intereses de clase. Cabe reconocerles su impudicia explícita. E incluso prodigarles el reconocimiento de que además de ser así son inhábiles para solaparlo. Dejan todo más claro. Ese es, quizás y no importa si por convencimiento o por lectura especulativa de la realidad al cabo de 2001/2002, el legado más interesante y efectivo que deja Kirchner. Por las razones íntimas que fueran, partió aguas. Obligó a ponerse de un lado o de otro, cuando ya parecía imposible que la pasión política se reinstalara en la Argentina devastada de la rata. Más aun, por estas horas también se desnudan como de cocodrilo feroz las lágrimas y lamentos de quienes se allanaron a hacerle el juego a la derecha con chamuyo de izquierda cinematográfico-nacionalista. ¿Y por qué eso también es símbolo? Porque esa partida de aguas que significó y significa esta rara pero apasionante experiencia también compelió a que cada quien mostrara su vocación de poder. Algunos de la derecha explícita sacaron los tanques mediáticos, pero otros de la izquierda piripipí copiaron a Carrió, compararon a Kirchner con Menem y hace unas horas se manifiestan condolidos ¿de qué? ¿No es que eran iguales?

Por unas semanas como muchísimo, si es que se aguantan, el establishment más concentrado, el gorilaje recalcitrante y sus funcionales nac&pop se llamarán a silencio de expectación. Concluido el duelo de las buenas formas, medirán cuánto tiempo se requiere para que seguir atacando no se les vuelva boomerang. Tensarán que Cristina puede usufructuar, o que le serviría, la imagen de mujer enhiesta en medio de un drama de todo tipo, sola contra todos. Y encima, en medio de ese karma que los sigue regenteando: sus candidatos son horribles, no se les cae una idea alternativa convincente y están a años luz de potenciar a algún referente que demuestre capacidad de mando.

Si lo piensa bien, la derecha atraviesa un problema con la muerte de Kirchner: él venía a ser una suerte de reaseguro para continuar insistiendo contra el “aplastamiento de las instituciones”, el “clima de confrontación”, la “división de la sociedad” y todo el resto de pelotudeces tras cuyo parche se oculta, pésimamente, que no aguantan la afectación de emblemas con que sintieron tocados su alma y su culo. Y la de ciertos privilegios que manotearon sus bolsillos.

Ayer a la noche, el clima de congoja cedía lugar a una efervescencia, tan contenida como callejera, que detrás del dolor avisaba lo siguiente: si hay lugar de retrocesos en lo recuperado para los intereses populares, no les va a resultar fácil. La potencia política de Kirchner ya no estará, Cristina es candidata única y habrá que comprobar si su estoicismo aguanta la presión. Pero es irrebatible que queda una fuerza muy considerable que, cualesquiera sean los avatares electorales, no permitirá así nomás que se vuelva para atrás en ciertas conquistas que a la vuelta de la esquina eran extravíos utópicos.

En síntesis, eleven neo-pliegos de condiciones, festejen, gorileen, viven a las coronarias de Kirchner como antes a sus carótidas y al cáncer de Eva, supongan que se acabaron la ley de medios y que la yegua no debería soportar semejante tensión. Pero, por las dudas, uno les aconsejaría que adviertan la ya masa de gente joven politizada y movilizada y el número de los que se plantean lo que hay enfrente de lo que putean.

 


Diario Página 12, 28 de octubre de 2010

El odio de los que odian

Por Luis Bruschtein

Despido al hombre que dijo cuando asumió la Presidencia que “todos somos hijos de las Madres de Plaza de Mayo”. Porque soy hijo de una Madre de Plaza de Mayo y me sentí su hermano. Y porque esa frase le hizo ganar el odio de todos los amigos y cómplices de los genocidas, empezando por el director de La Nación José Claudio Escribano. Despido al hombre que obligó al bloque parlamentario de su partido a votar el proyecto de la izquierda para anular las leyes de la impunidad, lo que le ganó el odio del ex presidente Eduardo Duhalde, que trataba de impedirlo presionando a los legisladores sobre los que todavía tenía influencia. Lo que también le ganó el odio de la cúpula de la Iglesia Católica.

Despido al hombre que algunos pícaros acusaron de “robar con los derechos humanos” y es al revés: los derechos humanos están en deuda con Néstor Kirchner. En cambio, los que lo acusaron usaron los derechos humanos para hacerse famosos. Y cuando fueron famosos cambiaron de bando para defender a los monopolios mediáticos y criticar a los defensores de los derechos humanos. Despido al hombre que habló de la vergüenza de la Corte menemista y arremetió democráticamente hasta conseguir la conformación de una Corte independiente –la primera en decenas de años–, que incluso le falló varias veces en su contra.

Despido al hombre que en Mar del Plata le dijo a George Bush “no nos van a patotear”, cuando querían imponer el ALCA a través de los gobiernos que en ese momento eran mayoría en América latina. Se habían ido Tabaré y Lula y sólo quedaban Kirchner y Chávez y entre los dos impidieron la concreción del tratado de libre comercio continental que impulsaba el presidente norteamericano. Y ese “no nos van a patotear” le ganó el odio de los adoradores locales del “american way of life”, que lo acusaron de populista y autoritario. Despido al hombre que con la presencia en la Argentina del presidente norteamericano organizó un acto donde el principal orador fue el presidente Hugo Chávez, el latinoamericano más odiado por Bush y a quien había tratado de voltear con un golpe de Estado.

Despido al hombre que apenas asumió la presidencia reivindicó la entrega desinteresada y la lucha de una generación masacrada, lo que le ganó el odio de la mediocridad ochentista de los dos demonios y de los acomodaticios. Despido al hombre que el mismo día que asumió realizó un gesto de soberanía inédito y permitió que Fidel hablara en un acto masivo en la Facultad de Derecho que fue transmitido por la televisión. Era el momento de mayor aislamiento de la Revolución Cubana, cuando muy pocos gobiernos tenían la valentía de recibir a Fidel en sus países. Despido al hombre que le dio una mano a Cuba, cuando Cuba estaba aislada.

Despido al hombre que vio la importancia de la alianza con Lula y Chávez, que impulsó como pudo el triunfo de Tabaré en Uruguay y después de Mujica, el hombre convencido de la necesidad de la unidad latinoamericana y el que la impulsó como ningún otro político argentino, primero como presidente de la República y después como secretario de la Unasur. El primero en organizar la solidaridad con Ecuador cuando fue el intento de golpe contra Rafael Correa, el que se ofreció como mediador de paz en Colombia, el que impulsó la defensa de Evo Morales contra los intentos separatistas de la derecha boliviana en Santa Cruz de la Sierra.

Despido al insólito presidente que no quiso nunca reprimir la protesta social, que ordenó a las policías hacer la seguridad de las marchas sin llevar armas de fuego. Y lo hizo cuando las protestas piqueteras se repetían en Buenos Aires y sectores de la clase media pedían frenéticamente mano dura. El hombre que convocó a los piqueteros a su gobierno y los designó en funciones estratégicas en la gestión de políticas sociales, internacionales y de derechos humanos. Los piqueteros eran los dirigentes sociales más demonizados por los medios y por ese sector de las capas medias urbanas.

Despido con el alma al hombre que alivió la espalda del país de la carga más pesada de su historia: la deuda externa y el Fondo Monetario Internacional. El que se peleó con su ministro de Economía, Roberto Lavagna, que quería aflojar en la negociación. El hombre que negoció con fiereza en defensa de los intereses de su país y logró la quita más grande en la historia de la deuda externa mundial. Con el que disentí pensando que era mejor declarar la deuda inmoral e ilegítima, pero que el desarrollo de los hechos demostró que el mejor camino era el que había elegido Néstor Kirchner. Despido al hombre gracias al cual no hay más monitoreos del FMI sobre la economía argentina exigiendo ajustes, enfriamientos y flexibilización laboral.

Y despido al hombre que decía con ironía “¿Qué te pasha Clarín? ¿Estás nerviosho?”. El gran polemista, el que entendió que la verdadera paz está en la polémica y en poner las contradicciones sobre la mesa. El que entendió que los falsos consensos entre los poderosos solamente provocan más violencia reprimida que en algún momento explota.

En un país donde cada gobierno había acrecentado la cantidad de pobres, desocupados y excluidos que dejaba el anterior, su gobierno fue el único que hizo disminuir esas cifras, el único que aumentó a los jubilados y decretó el retorno de las paritarias.

Hasta el día anterior, cada una de estas cosas parecía imposible. En mi caso, creí que nunca vería el juicio a los represores o la salida del país de la pesada carga de la deuda y el cepo del FMI. No lo esperaba y en lo personal traté siempre de mantener una mirada profesional y periodística, lejos de la obsecuencia, de la adulación o de la alabanza fácil. Pero ahora lo despido como a un hermano, con todo el dolor del alma

 


Diario Página 12, 28 de octubre de 2010

Néstor y Cristina

Por Horacio Verbitsky

Hacía muchos años que no se veía a tanta gente sollozar de pesadumbre, ante una noticia insoportable, que solapa la esfera pública con la vida privada de cada uno, porque nadie ignora las consecuencias sobre su cotidianidad que puede tener la desaparición de Néstor Kirchner, responsable junto con su esposa CFK de los mejores gobiernos que tuvo la Argentina desde 1955.

En cuanto le abrieron la puerta, una joven censista embarazada se perdió en los brazos de la mujer mayor que la recibió y ambas gimieron abrazadas, sin palabras. En medio del cuestionario, otro censista preguntó a qué hora sería la concentración en la Plaza de Mayo. Por la tristeza que percibió, supo que no necesitaba reprimir sus sentimientos y lloró como un niño. Conmovido por la muerte, también estaba pasmado por los festejos con que lo habían recibido en algunos departamentos que censó. En algún barrio porteño hubo incluso descorches, banderitas y bocinazos, remake del siniestro “Viva el Cáncer” con que pasó a la historia otra generación de la misma ciudad. Algunos de sus vecinos hoy idolatran a Evita, reducida a un ícono inofensivo, pero detestaron a Néstor y odian a Cristina. Es un odio de clase, despreciable pero comprensible. Son expresiones de sectores minoritarios pero poderosos. Distintas, pero complementarias, son las misas hipócritas que nadie pidió y las lágrimas de cocodrilo de quienes fueron sus compañeros y lo abandonaron cuando más los necesitaba, ex gobernadores, ex ministros, diputados que siguen en las bancas a las que accedieron con los votos de CFK pero las ocupan oponiéndose a sus políticas, y hasta el vicepresidente que Kirchner sugirió para acompañarla, con su ojo infalible para detectar al postulante equivocado. No vale la pena ensuciar con sus nombres el homenaje de esta página.

Sin perder una hora, el mismo diario que en 2003 vaticinó que la presidencia de Néstor no duraría un año, emplazó ahora a Cristina a abjurar de las políticas centrales de los gobiernos de ambos, alejarse de los trabajadores y sus representantes y tender un puente para que la oposición la rodee y la anule. Ni siquiera faltó la obscena mención a Isabel Perón y al rol de Ricardo Balbín en una era remota no sólo en el tiempo, porque no hay comparación posible entre los personajes y sus circunstancias. Cristina no es una frágil mujer que busque ni acepte la conmiseración de nadie ni hay entre los líderes opositores gestos de grandeza proporcionales al vacío que deja la partida de un líder excepcional.

La espontánea manifestación que fue goteando desde el mediodía de ayer sobre la Plaza de Mayo hasta colmarla por la noche y la convocatoria de la CGT a acompañar hoy el velorio, expresaron el dolor popular por la súbita desaparición e intentaron transmitirle a la presidente toda la fuerza que necesitará para sobreponerse a la pérdida de su compañero de toda la vida. Porque a la ausencia política, que ella sentirá más que nadie, se suma el quebranto afectivo. Eran tímidos en la efusión de sus sentimientos ante terceros. Pero se miraban con una intensidad que no es común encontrar al cabo de treinta y cinco años de vida en común y hablaban con admiración uno del otro, como enamorados recientes. Para justificar que no buscaría su reelección, dijo que ella era más capaz, que profundizaría el modelo que él había iniciado en medio de las peores dificultades en 2003. Contra el escepticismo de algunos propios y la hostilidad de muchos ajenos, que instalaron primero la fantasía del doble comando y luego la mistificación del ex presidente en ejercicio, no se equivocaba. El limpió la Corte Suprema de Justicia y la cúpula castrense, que había vuelto a convertirse en partido militar. Propició la recomposición del empleo, del salario y de los ingresos de los jubilados, la reaparición de las negociaciones paritarias para discutir salarios y condiciones de trabajo. Impuso altas retenciones a las exportaciones de hidrocarburos, cereales y oleaginosas y se negó a autorizar los aumentos de servicios públicos que le pedían a gritos empresas y políticos, inclusive su vicepresidente. Así disminuyó la desocupación y la pobreza. Apoyó la nulidad de las leyes de punto final y obediencia debida lograda por la lucha de los organismos de derechos humanos, para castigar a quienes impusieron por el terror un modelo de saqueo y desnacionalización. Acabó con la intromisión del FMI, redujo a proporciones manejables el peso de la deuda externa y, junto con los presidentes de los países hermanos, afirmó una política exterior de unidad sudamericana e independencia de Estados Unidos. Jugó un rol decisivo en la conferencia presidencial de Mar del Plata donde terminó de morir el proyecto imperial de libre comercio. Kirchner decidió que la función de las fuerzas de seguridad no sería reprimir las protestas sociales, también acabó con la ley de la dictadura que ofendía y humillaba a los inmigrantes de países vecinos y luego de una trabajosa búsqueda de consensos promulgó una ley de educación respetuosa de los docentes. Ella creó un ministerio de Ciencia y Tecnología, recuperó la línea aérea de bandera y el sistema previsional que estaba en manos de comisionistas financieros, acabó con la autonomía que hizo del Banco Central un enclave extraterritorial, y puso en práctica una política de transferencia de ingresos hacia los más necesitados que es la más importante de Latinoamérica. Recogió las demandas de la coalición por una radiodifusión democrática para abrir los medios de comunicación a una pluralidad de voces e impulsó la desmonopolización de la fabricación y comercialización de papel para diarios, que sólo en la Argentina es controlada por los dos mayores diarios. Pero además eliminó del Código Penal las calumnias y las injurias en casos de interés público para que ningún periodista pueda ser ya perseguido por sus opiniones o informaciones.

En el reportaje de enero que se reproduce hoy en este diario, Kirchner explicó que las falencias de su gobierno, que reconocía, eran los principales méritos del de su esposa. Esto implica que ambos fueron responsables de los aciertos y errores de los dos mandatos. El proyecto que se desenvuelve desde 2003, es tan nítido y coherente, e involucra a tantos millones de personas, que no concluirá con la muerte de quien lo puso en movimiento. El trayecto será menos duro cuantos más y cuanto más lúcidos sean quienes acompañen a Cristina, de cuyo temple, capacidad y convicciones no hay motivos para dudar.


Diario Tiempo Argentino, 28 de octubre de 2010

¡¡¡¡¡Gracias Néstor!!!!!

Por Florencia Peña

Mi dolor es profundo. Perdimos a un líder grande, tan grande como el país que soñó. Un cuadro político. Un patriota. Un hombre que trazó una línea divisoria entre las políticas pasadas, nefastas y mafiosas, y este cambio de paradigma, que es hoy nuestra Argentina. Un hombre con convicciones  fuertes, con paso seguro. El que supo hacerle frente a sus más feroces enemigos con la fuerza que dan las acciones. Un hombre que planteó nuevos horizontes. Que habló de igualdad, que se le atrevió al establishment. Que sorprendió allá por el 2003, cuando la cosa estaba fea, cuando la economía estaba muerta y los años de la dictadura todavía impunes. Él supo devolvernos la alegría. No le tembló el pulso para enfrentarse a los grandes pooles. Ni a las grandes corporaciones. Fue militante, esposo, padre y compañero político de “La Flaca”, como solía llamar a Cristina. Carismático y testarudo, con sus aciertos y sus errores, pero fiel a sus creencias. Apoyó la lucha de las Madres y Abuelas. Las defendió a capa y espada, haciéndose cargo que debíamos enjuiciar y condenar a los que fueron parte de los años más negros del país. Adoptó políticas de inclusión. No reprimió la lucha de los trabajadores ni las manifestaciones . Fue basureado y atacado sistemáticamente desde los medios, y la clase media “tilinga” lo hizo causante de todos sus males. Pero se la bancó. Y dobló la apuesta. Fue líder de la Unasur con gestiones exitosas. Nos devolvió la política. La sacudió del polvo del olvido y se la entregó al pueblo. Y volvimos a debatir, a confrontar, a discutir ideas. Volvimos a hablar de la Argentina. Volvimos a creer que se podía, que se puede y que se podrá. Ese hombre que supo levantar un país que estaba hundido, deprimido, sin fuerzas para la lucha, hoy ya no está. Hoy lo lloramos, los que supimos verlo. El pueblo trabajador está triste. Y cuesta creerlo. Su impronta quedará guardada en nuestros recuerdos. Su amor por la Argentina quedará en nuestros corazones. Y su legado será parte irreversible de un camino que él comenzó, y hoy más que nunca creo que nadie podrá detener. Gracias Néstor por tanto. Acá seguiremos tu luz y le daremos fuerza a tu compañera, que velará por vos y por todos nosotros. Te vamos a extrañar. Néstor vive. Por siempre.


Diario Tiempo Argentino, 28 de octubre de 2010

“Eh, tú, Muerte, él es el último que habla”

Por Norberto Galasso

El 25 de mayo de 2003, al asumir la presidencia de la Nación, Néstor Kirchner apareció en el escenario político nacional como un “presidente inesperado” a quien tocaba presidir “una Argentina destruida” por sucesivas desgracias: genocidio, frustración, traición, entrega e ineptitud. Venía de haber sido intendente de Río Gallegos y de nueve años como gobernador en la provincia de Santa Cruz. Pero venía también de una militancia juvenil que había enarbolado la bandera de un mundo mejor. Muchos no reparamos entonces que en él ardía el fuego del compromiso, un espíritu de lucha indeclinable, la decisión de remontar las olas procelosas para llegar a puerto, importándole poco las formalidades de los exquisitos de las instituciones, que le reclamaron inmediatamente no hacer reuniones de Gabinete, andar por la Casa Rosada con el saco desabrochado o juguetear con el bastón de mando en el momento mismo de asumir como presidente. Ahora que ha muerto, se hace luz para todos el altísimo grado de compromiso que marcaba su conducta, verdadero ejemplo ante tanto político acomodaticio que sólo aspira a los halagos del poder.
Néstor se la jugó, olvidándose de él mismo. Se la jugó desde los tiempos en que confrontaba con Menem y se la jugó desde que asumió el gobierno imponiendo el “castigo a los culpables” de la represión, no sólo con la anulación de la Obediencia Debida y el Punto final, sino bajando los cuadros de los dictadores, convirtiendo a la ESMA en Museo de la Memoria, depurando la Corte Suprema de Justicia, pagando la deuda al FMI para poner fin al monitoreo imperialista sobre nuestra economía, y también participando con otros líderes latinoamericanos en el hundimiento del ALCA, durante la reunión de Mar del Plata, en diciembre del 2005. Además, repolitizó al país, poniendo el conflicto en el centro de la polémica, actitud que muchos –desde su incapacidad para entender la historia– lo criticaron por “crear el conflicto”, como si el conflicto no fuese insoslayable en una sociedad donde existen clases sociales con fuertes desigualdades. También reconvirtió un sistema de valorización financiera por otro de acumulación productiva,  provocando una fuerte baja en la desocupación, en la pobreza y en la indigencia. E impulsó la consolidación de dos pilares fundamentales para el cambio y el progreso social: la intervención del Estado y el protagonismo de los trabajadores a través de la CGT.
Por esas causas, peleó infatigablemente, como así también por la unidad latinoamericana, constituyéndose en secretario general de la Unasur, una forma de devolver a los Grandes Capitanes al escenario de la Patria Grande para su liberación y unificación.
Por su lucha recibió críticas e injurias, maldiciones incluso, pero no cejó. Y su vocación por lo popular y por lo nacional fue reconocida por las mayorías de la Argentina, que si le habían otorgado sólo el 22% de los votos al Frente para la Victoria en  2003, llevaron ese apoyo al 45% en 2007, a través de la candidatura de Cristina.
Pero no siempre lo biológico-personal acompaña a la fuerza espiritual que dinamiza la militancia. Su organismo le hizo saber varias veces –y los médicos fueron severos en la advertencia– que corría peligro. Podía entonces haberse replegado en el Sur, inclinarse al “consenso” que predicaba la oposición y que era, en buen romance, abandonar los cambios y paralizar la marcha iniciada en 2003. Rechazó ese camino, quiso ser genio y figura hasta la sepultura, confrontativo, militante, indetenible, siempre en la pelea, infatigable en la polémica con los conciliadores y traidores. A pocas horas de una grave intervención, ya estaba en el  Luna Park, en su puesto, como desafiando a la muerte, con aquella vieja imprecación del poeta León Felipe : “Eh, tú, Muerte, yo soy el último que habla...” Y prosiguió las giras y los discursos, peleándole a la reacción, palmo a palmo, para abrir camino al 2011. Murió, pues, en su ley, y dejó un ejemplo de conducta.
Ahora, más allá de la congoja personal, debemos sacar fuerzas de la flaqueza para preservar a Cristina de todas las presiones, de todos los arribistas, de todos los intereses de afuera y de adentro que pretenderán cruzarse en su camino. Hay que movilizar todas las energías populares, en el barrio, en las plazas, en las esquinas. Construir todos juntos, por abajo, con ideas y con empuje, para darle un fuerte sustento, porque ella es la única, ahora, que garantiza la continuidad de este proceso de avance, de progreso social, que estamos realizando, más allá de las dificultades y las asignaturas pendientes, enfrentando a los sectores reaccionarios de siempre, desde los grandes estancieros y las industriales trasnacionalizados,  hasta el poder mediático y los intereses imperiales. Esta militancia será el mejor  homenaje a tantos compañeros caídos en la larga lucha de los argentinos, uno de los cuales quedará grabado con caracteres indelebles, con el cálido recuerdo de su nombre: Néstor.